Hoy quiero escribir sobre la agresividad. La
propia palabra ya suena agresiva, a decir verdad. A-gre-si-vi-dad. Como siempre que
reflexiono sobre algo, me gusta saber qué significado tiene y qué significados
le damos, conque acudo a www.wordreference.com, tecleo las once letras correspondientes
y me encuentro con dos posibles acepciones que aparecen en mi pantalla:
1.-Tendencia a
atacar o actuar con provocación y violencia.
2.- Fuerza,
dinamismo o decisión para emprender algo y afrontar sus dificultades.
Coincidiréis
conmigo en que socialmente la primera acepción prima con mucho sobre la
segunda. Vivimos en un mundo en el que la agresividad es vista como un defecto.
Cuando una persona es agresiva en su comportamiento, tendemos a alejarnos de
ella, a considerarla peligrosa e infeliz. Cargamos la agresividad de
connotaciones negativas. Cuando sentimos agresividad la negamos, la repudiamos,
la queremos suprimir, reprimir, eliminar. Y creo que no hacemos bien.
La agresividad es
necesaria para la supervivencia si le hacemos caso a Darwin. Nuestra estructura
cerebral más básica y arcana, según Paul D. MacLean, reconocido neurocientífico
americano, es el cerebro reptiliano, situado en el tallo cerebral, compuesto
por una serie de estructuras (amígdala, fórnix, etc.) con las que no os quiero
aburrir. Nuestro
cerebro reptiliano no piensa, no siente, no duda: exije. Regula
las funciones fisiológicas más básicas y necesarias para nuestra supervivencia:
Control hormonal y de la temperatura, hambre, sed, respiración, sexo, detección
de amenazas, respuesta frente a las mismas. Agresividad.
Hace cincuenta mil años,
el macho que sobrevivía era el más agresivo. Eso, a su vez, le permitía
reproducirse, puesto que la hembra detectaba su fuerza y buscaba cobijo en su
brazo, hijos fuertes, seguridad. Nuestra sociedad ha cambiado y ahora no hace
falta matar a nadie para sobrevivir, y la mujer se halla al mismo nivel que el
hombre en lo social y en lo laboral (o al menos debería, pero eso es otro
tema). Somos civilizados, tenemos un sistema de justicia que nos garantiza que
nadie llegará un día y se quedará con nuestros bienes o atacará a nuestras
familias. Nos hemos adaptado.
Y eso ¿Ha hecho que
nuestro cerebro de lagarto involucione? ¿Ha modificado nuestros patrones
conductuales? No, amigos. Nuestra agresividad también se ha “adaptado”. Ahora ser
el más fuerte o el mejor luchador es equiparable a conducir un BMW descapotable
o a tener un salario con cinco cifas. El fuerte no roba comida al débil, pero
tu jefe puede chillarte y hacértelo pasar mal si no cumples los objetivos que
te asigna. En general, ningún tipo va a agredirte físicamente de buenas a
primeras, pero ese compañero pedante te habla mal a diario porque siente que
puede hacerlo. Una tribu más numerosa que la tuya no va a echarte de tu
campamento, pero un tipo desde una oficina puede ordenar que te quiten la casa
si te es imposible pagarla por unas condiciones injustas que además te han sido
impuestas. La clase política, sin ir más lejos, consta de unos privilegios
inmerecidos que defienden con su ejército de banqueros, juristas y cuerpos de
seguridad afines. Vivimos en un mundo gobernado por lagartos que no sienten, no
se replantean nada, no dudan. Exijen.
No tengo mucho más que
decir, pero pensadlo. Tenéis que ser agresivos. Defended vuestro trabajo cuando
es bueno. Defendeos de las injusticias de los poderosos. Reconciliaos con
vuestro cerebro de lagarto, porque el día que os veáis sometidos a una
situación extrema, física o psicológicamente, él será vuestro mejor aliado.
Todos tenemos dentro algo frío y conciso que defiende nuestra integridad y nuestro
bienestar a cualquier precio. Lo necesitamos igual que necesitamos que nuestro
cuerpo nos pida comida para seguir viviendo. Así que este es mi consejo: Si el
objetivo es difícil ¡Aprieta los dientes y avanza! Si esa chica te gusta
¡Díselo! Si eres víctima de una agresión ¡Defiéndete! Si crees que lo mereces
¡Cógelo! Y siéntete en paz con tu cerebro de lagarto.
Y eso ¿Ha hecho que
nuestro cerebro de lagarto involucione? ¿Ha modificado nuestros patrones
conductuales? No, amigos. Nuestra agresividad también se ha “adaptado”. Ahora ser
el más fuerte o el mejor luchador es equiparable a conducir un BMW descapotable
o a tener un salario con cinco cifas. El fuerte no roba comida al débil, pero
tu jefe puede chillarte y hacértelo pasar mal si no cumples los objetivos que
te asigna. En general, ningún tipo va a agredirte físicamente de buenas a
primeras, pero ese compañero pedante te habla mal a diario porque siente que
puede hacerlo. Una tribu más numerosa que la tuya no va a echarte de tu
campamento, pero un tipo desde una oficina puede ordenar que te quiten la casa
si te es imposible pagarla por unas condiciones injustas que además te han sido
impuestas. La clase política, sin ir más lejos, consta de unos privilegios
inmerecidos que defienden con su ejército de banqueros, juristas y cuerpos de
seguridad afines. Vivimos en un mundo gobernado por lagartos que no sienten, no
se replantean nada, no dudan. Exijen.