domingo, 13 de diciembre de 2015

Mujeres

Me gustan las mujeres
directas, francas,
como los poemas,
sin pelos en la lengua,
que tengan que decirme
no seas gilipollas,
aunque no sean esas palabras,
que me baste para entenderlo.
Pero detesto a las neuróticas,
avasalladoras, estrictas,
con una pedrá tan gorda
que parece un monumento al coñazo,
chupópteras de energía,
segadoras  de alegría.

No me gustan, igualmente,
las sumisas, complacientes
de un ya se verá,
de un vale cariño,
como tú digas.
Me gustan dulces,
pero la dulzura de fruta madura,
no de retoño,
no de suavidad aterciopelada,
no tan azucaradas que empalaguen,
no que tengan que demostrar afecto público
para sentir que la quieren
o que las quieren.

Las prefiero como el viento
que besen cuando quieran besar,
ni como una rutina,
ni como una excepción.
Me gusta sentir que aquí
no hay nada ganado,
que esto no va de moros y cristianos,
que no son cruzadas ni aquí se conquista a nadie
hasta dejarle desprovisto de sí
permitiéndole ser sólo por dejarse ganar.
No,
esto se renueva 
constantemente
por convicción,
sin ser una batalla ni una guerra,
que siempre dejan la pestilencia amarga
de orgullo sentenciado,
de perdedores al paredón,
de esclavo en una galera
coronada por la incierta bandera
del falso amor. 
No quiero tener que cuidar de nadie
por norma,
sólo en la necesidad
igual que espero hagan conmigo.

Eso,
es lo que espero
y es lo que espero dar,
aunque a veces sigamos siendo
unos malcriados niños
lloricas y egoístas,
que mandan todo a la mierda
porque sólo quieren jugar.