domingo, 13 de diciembre de 2015

Mujeres

Me gustan las mujeres
directas, francas,
como los poemas,
sin pelos en la lengua,
que tengan que decirme
no seas gilipollas,
aunque no sean esas palabras,
que me baste para entenderlo.
Pero detesto a las neuróticas,
avasalladoras, estrictas,
con una pedrá tan gorda
que parece un monumento al coñazo,
chupópteras de energía,
segadoras  de alegría.

No me gustan, igualmente,
las sumisas, complacientes
de un ya se verá,
de un vale cariño,
como tú digas.
Me gustan dulces,
pero la dulzura de fruta madura,
no de retoño,
no de suavidad aterciopelada,
no tan azucaradas que empalaguen,
no que tengan que demostrar afecto público
para sentir que la quieren
o que las quieren.

Las prefiero como el viento
que besen cuando quieran besar,
ni como una rutina,
ni como una excepción.
Me gusta sentir que aquí
no hay nada ganado,
que esto no va de moros y cristianos,
que no son cruzadas ni aquí se conquista a nadie
hasta dejarle desprovisto de sí
permitiéndole ser sólo por dejarse ganar.
No,
esto se renueva 
constantemente
por convicción,
sin ser una batalla ni una guerra,
que siempre dejan la pestilencia amarga
de orgullo sentenciado,
de perdedores al paredón,
de esclavo en una galera
coronada por la incierta bandera
del falso amor. 
No quiero tener que cuidar de nadie
por norma,
sólo en la necesidad
igual que espero hagan conmigo.

Eso,
es lo que espero
y es lo que espero dar,
aunque a veces sigamos siendo
unos malcriados niños
lloricas y egoístas,
que mandan todo a la mierda
porque sólo quieren jugar.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Errores

Errores

Hoy vuelvo a esos andenes en los que no te besé para despedirte,
y entiendo que te quise para siempre
hasta que dejé de hacerlo.

Vuelvo a la plaza en la que debí pasar más tiempo con mi abuelo,
cuando Roberto Carlos era el mejor y yo era,
a fin de cuentas, inocente.

Vuelvo a las calles que me dieron amigos para toda la vida, amigos
que a la larga me fallaron, o les fallé, o lo que es más probable:
diferimos en cuanto a expectativas.

Y aunque voy a seguir fallando, voy a tratar de fallar mejor.
Y así sigo, casi sin tiempo e insomne, pero clarividente cuando te digo
lo que los romanos parecían tener tan claro: 

Que carpe diem, que tempus fugi
y que a vivir, como a besar,

se aprende improvisando.

viernes, 30 de octubre de 2015

Siempre estaré ahí

Siempre estaré ahí (o una declaración de intenciones que se quedó en nada)

Te dije “Siempre estaré ahí”.
Y estuve ahí, en los lunes de ojeras
Y en los martes de desidia, 
En los miércoles de paciencia
Y en los jueves de esperanza,
En los viernes de gloria
Y en los sábados de fracaso.
En los domingos de reposo.
Estuve ahí, cuando me necesitaste y cuando no.

Estuve ahí cuando tus otros amigos
Te abrían puertas cuya existencia yo desconocía,
Estuve ahí cuando el humo verde vino para quedarse
Y comenzó a nublar tus pupilas.

Y ahí seguí cuando el demonio comenzó a soplar
Ese maldito polvo blanco sobre tu vida.

Ahí seguí mientras tu silueta y tu DNI
Se desdibujaban paulatinamente.
Ahí seguí, para ti, aunque ni tú sabías quien eras.

Y ¿Sabes lo mejor?
Yo sigo aquí, amigo. 
Te dije “Siempre estaré aquí” y estaré aquí siempre.
Pero cuando te miro no te veo.

¿Dónde estás?

martes, 13 de octubre de 2015

Mi perspectiva en 143 palabras

Mi perspectiva en 143 palabras

Conocí la curiosidad
viéndote sentarte, sola entre todas, toda tú media sonrisa 
y los ojos entrecerrados.

Conocí el ansia
mirando el teléfono cada dos minutos, muchos pares de minutos,
buscando en el vidrio negro una respuesta a mis mensajes y a mis plegarias.

Conocí la excitación
sintiendo tu abdomen bajo mis dedos ásperos, escuchando
tu respiración acelerada sobre mis orejas frías. Tan cerca.

Conocí las dudas
y no te las sé describir, porque sus contornos se comban y
se difuminan y sus voces son muchas y disonantes.

Conocí los celos
viéndote alzarte digna y risueña entre maniquíes de cartonpiedra
que te prometían amaneceres brillantes.

Conocí el amor
cuando me miré por dentro antes de mirarte a ti. 
Y como suele pasar, había estado mucho tiempo ahí, 
esperando ser regalado.

Y ahora te quiero y te busco
y con la lucidez del marginado
te anhelo en mil noches frías.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Duerme conmigo

Winter taps at my window
Winds of my thoughts passing by
She laughed when I tried to tell her
That “hello” only ends in “good bye”

Los versos son de Rodriguez, un Bob Dylan menos guapo que, bien por reivindicativo o por tener apellido y rasgos latinos, nunca llegó a tener en USA el reconocimiento que creo que se merece. 

Me representan, esos versos. Digo abiertamente que durante mucho tiempo he sido así. El atormentado que se preocupa por los indicios, el que percibe las imperfecciones sutiles, el que no termina de disfrutar el presente ante la inminente aparición de un futuro desagradable. De modo que tiendo a preocuparme más de mantener los “indicadores de seguridad” en límites aceptables que de disfrutar del viaje. Me esfuerzo tanto por prevenir la caída que me he olvidado de que también puede disfrutarse del vértigo. 

Siempre evité dormir con chicas, al hecho de que soy  de natural solitario se le suma el miedo a generar dependencia, a percibir dependencia. A no querer dormir un día y hacerte daño al decírtelo. Lo sé, suena ridículo, pero soy así. Un desastre emocional con un contrato bien estructurado. Empeñado en forzar el final para decirte “Pero yo no hice nada mal, ¿eh? Actué según lo convenido”. Y aún así sorprendido cuando te vayas. Y luego están las noches de insomnio tratando de justificarme, porque yo no hice nada mal. Que las cosas salen mal y ya está. El barco se hundió pero no hay culpables. Esas cosas pasan.


Bueno, estoy cambiando. Voy a seguir cambiando. Voy a cambiar, voy a hacerlo. Voy a hacer lo posible por verte porque estoy a gusto contigo, voy a roncarte al oído y a reírme de mi mismo cuando descubras a mitad de la noche que he tirado todas las sábanas al suelo sin darme cuenta. Voy a invitarte a café y a enseñarte lo último que he escrito, si es que te gusta que escriba. Voy a llamar a esa persona de la que me acordé ayer y lo voy a hacer sin motivo alguno. Porque quizá se alegre de escucharme. Voy a decirle a mis amigos que los quiero solo para que lo sepan. Hoy voy a ser yo, carajo, que cuando sea viejo seguro que pensaré que todo pasó demasiado rápido y no quiero dejarme nada en el tintero. Voy a escatimar en previsiones de futuro para escribir el presente con mayúsculas. Y voy a pedirte que te quedes a dormir conmigo. Si quieres. Porque la verdad es que ahora mismo me apetece mucho.

miércoles, 15 de julio de 2015

Sobre literatura, tíos raros e inseguridades

Truman Capote pone en los labios de Perry Smith, peligroso asesino y uno de los protagonistas de "A sangre fría", la que según dicen es su mejor novela (si bien es cierto que “Desayuno en Tiffany’s” es la más conocida, pero qué persona cabal no se enamoraría de Holly Gollightly, por el amor de Dios) el siguiente poema:

"Hay una raza de hombres inadaptados
una raza que no puede detenerse
hombres que destrozan el corazón a quien se les acerca 
y vagan por el mundo a su antojo...
Recorren los campos y remontan los ríos 
escalan las cimas más altas de las montañas; 
Llevan en sí la maldición de la sangre gitana
y no saben cómo descansar.

Si siguieran siempre en el mismo camino
llegarían muy lejos;
son fuertes, valientes y sinceros.
Pero siempre se cansan de las cosas que ya están,
y quieren lo extraño, lo nuevo, siempre."

Perry Smith es un asesino capaz de llevar a cabo actos atroces, pero también rezuma cierta sensibilidad atípica, cierta niñez casi dulce que hace que en varios puntos de la novela el lector sienta lástima y hasta cariño por este personaje tan atormentado y tan apartado de los demás. Es un hombre que de siempre ha sido apartado por lo diferente de su circunstancia y de sus concepciones, y resulta difícil discernir, cuando lo conocemos íntimamente, si su salud mental está íntegra o no. La literatura está plagada de ejemplos similares, de individuos que no conectan aun sin ser asesinos, claro, y que no son sino el reflejo de lo que han sentido alguna vez sus artífices, eso que alguna vez sentimos todos, unos más que otros: la incapacidad de adaptarnos al contexto en el que nos toca vivir.

Más libros: ¿Quién no se siente identificado en algún punto con Holden Caulfield, pese a las contradicciones continuas del personaje? Salinger, cabronazo, en “El guardan entre el centeno” definiste mi adolescencia, y la adolescencia de muchos parecidos a mi. Luego me entero de que el que mató a John Lenon llevaba un ejemplar de tu libro debajo del brazo y claro, se me queda el cuerpo cortado. Saramago, en “Caín” vuelve a tocar el tema, de una manera bastante parecida a Herman Hesse en “Demian”: hay hombres que, sin tener un motivo de peso, están solos aun estando entre sus coetáneos, y los demás hombres lo perciben, y aquellos a los que me refiero lo notan y sufren y lo asumen, o no, pero el caso es que acaban desarrollando un carácter… diferente. No me estoy inventando nada nuevo, por supuesto. La Biblia nos cuenta que Dios marcó a Caín en la frente de manera que no volviera a sentirse en paz entre sus iguales, y desde entonces mantenemos al margen al individuo que dispone de un código deontológico desaprobado por la mayoría, que hace de juez y verdugo en ésta y en tantas otras cosas.

Bien es verdad que hay veces que estos simpáticos personajillos encuentran la forma de compaginar su idiosincrasia con la sociedad en que viven, y hacerlo más o menos en paz (de nuevo Hesse: “Siddhartha", “El lobo estepario”) y ya paro de nombrar libros y os cuento lo que se me ha ocurrido:

Si en última instancia somos nosotros mismos, nosotros mismos del todo, por supuesto respetando la libertad de los demás y blábláblá, en última instancia vamos a resultar raros, todos, sin excepción, ¡seguro que sí! ¡Todos tenemos manías muy locas y sueños absurdos y vicios insanos y costumbres hilarantes! ¿Pero es que hay algo más bonito que saberse raro y único y tú mismo? ¿E interactuar con otros igual de raros y aprender y enseñar y tratar de buscarle sentido a esta vorágine a la que llaman vida que seguro que cuando se acabe nos da la impresión de que lo ha hecho demasiado pronto? No sé, yo creo que la epidemia del siglo XXI no es la obesidad sino el miedo. El miedo al presente, al futuro, al no cumplimiento de expectativas propias y ajenas, al qué dirán. Y no os voy a decir qué tenéis que hacer o dejar de hacer, pero sí os puedo decir que a mi vivir con miedo me parece muy duro y muy aburrido y que, de hecho, no pienso hacerlo. Y que creo que puedo ser yo y ser feliz y tratar de ser buena persona, y de hecho voy a intentarlo. Y os recomiendo lo mismo, que la Biblia también dice que tratemos al prójimo como a nosotros mismos, y me parece mucho mejor eso que lo que le hicieron al pobre Caín. Os dejo con una frase de Nietzsche, que cada vez que la leo me transmite seguridad y fuerza. Sed felices.


“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.”

martes, 28 de abril de 2015

A quién sirve la poesía

El otro día me presenté a un concurso de poesía, en el que, efectivamente, me galardonaron con un carajo de veintisiete centímetros de longitud y nueve de diámetro con mi nombre grabado en el dorso, con letras doradas. Pero vamos, que no tenían ni puta idea, que en el jurado había un notas con bigote y menos de cincuenta años (no puedes fiarte de nadie que tenga bigote y menos de cincuenta años) y otro que leía con una expresión similar a la que debió tener Pablo de Tarso cuando se le apareció Dios y recuperó la vista (todo el mundo sabe que uno no puede fiarse de los que no leen con sobriedad y premura). Además que no, coño, que mi amigo Pablo Rivas no ganó y tiene pelazo y los ojos azules e inquisitivos, y además sabe escribir bien. Esa gente no tenía ni idea. Pero eso no es lo interesante.

Después de anunciar a los finalistas, entre los que, por supuesto, yo no me encontraba (cabrones), ellos y los que quisieran quedarse de entre el resto de los participantes y el público tenían la opción de escribir un poema en cinco minutos que incluyera la frase “¿A quién sirve la poesía?”, que era de lo que iba aquello. Por lo visto van a escribir un libro que se llame “Poemas en cinco minutos”. Yo que sé. El caso es que yo me quedé, y escribí el siguiente poema:


“¿A quién sirve la poesía?

Ya hay que ser pedante, soberbio,
Y aún digo más, insensato,
Para querer responder a algo así en cinco minutos
Y además llevar razón.

La poesía sirve a quien canta porque,
Como el pájaro,
Tiene un canto que expresar.

Y para impresionar a las chicas guapas,
En mi caso”



Lo peor es que respondí “a quién” y me inventé un “para quién”. Normal que no gane, chavales. Normal que no gane.

sábado, 4 de abril de 2015

Carbono vivo y salitre

Somos carbono vivo. Carbono vivo que piensa y que conforma sociedades sobre una roca rellena de fuego y cubierta de agua y de aire, que flota en el vacío, iluminada por una gran esfera de hidrógeno en perpetua combustión. Este vacío en el que flotamos parece hallarse plagado de otros cuerpos celestes, que sepamos sin vida, que continúan expandiéndose desde que el tiempo tiene razón de ser.

Relativizar de esta forma me ayuda con mis crisis existenciales. Eso y el deporte. Es extraño, esto de los veintipocos. Me es prácticamente imposible imaginarme yendo al instituto, y no hace tanto. Veo a mi yo de mis primeros años de facultad como a un desconocido cercano, y si no hay sobresaltos, debería estar trabajando el año que viene y ni siquiera sé de qué. Y luego está el miedo, claro. A lo desconocido, a fallar, a no superar mis expectativas, al sufrimiento de los míos, a las noches comiendo techo, a la falta de vínculos con mis coetáneos. Y es gracioso, porque casi todos estos temores se deben a posibilidades combinadas de sucesos que de hecho no han ocurrido, de forma que parece que estos temores preventivos no tienen mucha razón de ser ¿Pero vivir en un continuo presente, sin tratar de esbozar un sendero, hasta qué punto resulta conveniente, si es que lo resulta? ¿Dónde está el término medio?

Somos carbono vivo. Respiro hondo.

Lo que nos hace sentir, el corazón metafórico del sistema nervioso central, es el sistema límbico. Hipocampo, Hipotálamo, Amígdala, Corteza prefrontal y algunas cosillas más. No voy a entrar en detalles porque no me acuerdo bien y porque no viene al caso. Pero es gracioso, este sistema límbico. Nuestros sentidos están relacionados con la memoria, evidentemente. Esa bonita melena me recuerda a mi primer amor, el whiskey sólo me trae a la memoria a Laura y a Patricia y cuando toco las botas viejas de lucha pienso en todas las horas que pasé entrenando. Pero hay un sentido que guarda una relación más estrecha con los sentimientos que el resto. La estría olfatoria no se relaciona con nuestras emociones a través del tálamo, como hacen los demás sentidos (pasando una especie de “filtro emocional”) sino que es, en sí misma, una parte del sistema límbico, del circuito que procesa nuestras emociones. Cuando lo dejé con ella estuve varios meses sufriendo taquicardias esporádicas porque alguna desalmada que iba a mi misma biblioteca usaba su mismo perfume. No había filtros, en cuanto respiraba ese aire impregnado de ella dentro de mi pecho tocaba el batería de Megadeath.

El caso es que cuando tenía dieciocho años también tenía mis crisis. No sabía qué iba a estudiar, no terminaba de encontrarme a mí mismo y además es en cierto modo parte de mi naturaleza. Y para vaciarme de angustia salía a correr hacia la frontera con Marruecos, hasta llegar al último espigón de la última playa, en la que el viento soplaba como si África entera gritara su nombre. Y hacía flexiones y abdominales, a pocos metros del mar, hasta que los brazos me temblaban. Y volvía a casa corriendo suave, húmedo de mar, oliendo a salitre y conociéndome algo mejor. Más tranquilo. Si no con soluciones, al menos con paciencia.


Estos días vuelvo allí. No puedo hacer deporte porque me han operado hace poco (de algo sin importancia, dicho sea de paso). Pero me siento y miro el mar. La costa africana a un lado, la ciudad, lejana, al fondo. El viento, el oleaje que me moja, el salitre. Veo a lo lejos una cuesta muy curva y recuerdo que un amigo me dijo una vez que le parecía que las farolas dibujaban un signo de interrogación. Muy apropiado. El viento, el oleaje, el salitre. Y mi corazón suave como un metrónomo alemán. Mi sistema límbico reconoce el olor a salitre, y el resto de sentidos le apoyan. Es mi entorno anti-crisis. Ni tan siquiera necesito recordarme la evidencia de que somos carbono vivo.

jueves, 29 de enero de 2015

La decisión

Hay quien le echa la culpa a la televisión. Otros a la falta de valores patente en el ámbito educativo, y hay incluso quien elucubra con la posibilidad de que la alta prevalencia de tabaquismo a finales de los ochenta y principios de los noventa pueda guardar algún tipo de relación con ello, pero es una realidad y es innegable.  Mis amigos y yo, o yo y mis amigos, poniendo al burro primero, somos profundamente tontos.

Hacemos bromas infantiles y nos reímos de las caídas. Nos damos collejas y salimos corriendo, y hacemos rimas obscenas que debieron dejar de ser graciosas a los quince. Por Dios Santo, si hasta nos hace gracia la palabra “follaje”. En fin, que una de nuestras formas favoritas de dejar patente que una eventual falta de éxito con las féminas sería totalmente justificable consiste en plantear decisiones difíciles, la mayoría de ellas con un matiz truculento o nauseabundo, cuando no deliberadamente escatológico, y desgañitarnos carcajeando sobre las ocurrencias más absurdas. Ejemplo:

-“¿Qué preferirías, comerte a la momia de Lenin o tatuarte un culo en la frente?”

Carcajadas.

Pues el caso, que estábamos un día de cervezas y empezamos con la tonadilla de siempre cuando uno de nosotros, como tocado por una musa diferente a la habitual, salió con un planteamiento un punto más serio que de costumbre, y fue la única vez que nadie se rio, y tampoco coincidimos en las votaciones. Os reproduzco, grossomodo, el dilema:

Te vas a una isla desierta, en la que dispones de recursos como para, trabajándolos, alcanzar una esperanza de vida similar a la que tendrías aquí. También se te garantiza que no vas a tener ninguna enfermedad que te acorte la vida, salvo accidentes o conductas de la que tú seas enteramente responsable. Y puedes llevarte a una sola persona a elegir entre un colega relativamente cercano, bien de tu grupo de amigos o de tu grupo de la facultad o una chica completamente aleatoria (si eres mujer, entiéndase amiga/persona aleatoria del sexo opuesto). Es decir, por un lado te puede tocar desde tu mejor amigo hasta ese chaval que siempre ha estado en tu grupo pero al que nunca has tragado del todo y por otro, te puede tocar desde una ex novia hasta una loca que huela raro pasando por la chica de tus sueños o bien una persona que te sea totalmente indiferente. Así que ¿A quién te llevarías a una isla desierta?”


No nos pusimos de acuerdo, por más que cada uno alegó sus razones. Ahora os invito a que respondáis, de manera completamente anónima, a quién os llevaríais a una isla desierta. A ver qué sale. Muchas gracias y abrazos.