domingo, 28 de febrero de 2016

Supernovas

Follábamos hasta quedar extenuados. Cuando escribo estas líneas, el corrector pretende hacerme escribir "fallábamos" y lo curioso es que la frase seguiría siendo cierta. Follábamos como si fuéramos siameses negando su independencia, con la certeza de que íbamos a dejar de ser jóvenes, follábamos viendo como el Tiempo alzaba su martillo para sacudirlo todo, pensando que las dentelladas de la vida dolerían menos si nos pillaban siendo uno. Y lo jodido es que ni la introspección, ni el mindfulness, ni la promesa en sus ojos, ni la sonrisa en mis labios podían eliminar un pensamiento recurrente: el martillo descendería, nuestros corazones de porcelana a hacer puñetas y recogeríamos los pedacitos mientras, entre hormigón y cristal, la incerteza y la entropía batallarían contra los paraísos perdidos. Y me imaginaba solo y la imaginaba con algún capullo con corbata, pensando en críos, hipotecas y en lo que podía haber sido. Eso es lo que más me jode. Que mientras nadaba en la luz de sus ojos no fui capaz de abandonarme del todo a ella. El Tiempo empezó a ganarme antes de que giraran los dados.


Después nos quedábamos abrazados, ella derramada sobre mi pecho y yo ocultando mi perfil en su melena. Mientras se agarraba como un monito a mis dedos o comentaba que le gustaba que fuera peludo, hablábamos de todo y de nada, muchas veces recitaba de memoria. Borges, Rimbaud, Bukowski, siempre Alberti. Luego nos callábamos y era cuando más decíamos. Una vez comencé a llorar sin motivo aparente y ella me acariciaba como si nada y cerraba los ojos. Luego habló con naturalidad. Yo supe que se dio cuenta y noté su amor, plano y puro. No necesitaba nada más. Me levanté y fui a por algo de comer. Puse música. Sonreímos. Y volvimos a entregarnos al juego más antiguo del mundo, mientras la ciudad se apagaba para escucharnos y en mi habitación estallaban supernovas.