miércoles, 15 de julio de 2015

Sobre literatura, tíos raros e inseguridades

Truman Capote pone en los labios de Perry Smith, peligroso asesino y uno de los protagonistas de "A sangre fría", la que según dicen es su mejor novela (si bien es cierto que “Desayuno en Tiffany’s” es la más conocida, pero qué persona cabal no se enamoraría de Holly Gollightly, por el amor de Dios) el siguiente poema:

"Hay una raza de hombres inadaptados
una raza que no puede detenerse
hombres que destrozan el corazón a quien se les acerca 
y vagan por el mundo a su antojo...
Recorren los campos y remontan los ríos 
escalan las cimas más altas de las montañas; 
Llevan en sí la maldición de la sangre gitana
y no saben cómo descansar.

Si siguieran siempre en el mismo camino
llegarían muy lejos;
son fuertes, valientes y sinceros.
Pero siempre se cansan de las cosas que ya están,
y quieren lo extraño, lo nuevo, siempre."

Perry Smith es un asesino capaz de llevar a cabo actos atroces, pero también rezuma cierta sensibilidad atípica, cierta niñez casi dulce que hace que en varios puntos de la novela el lector sienta lástima y hasta cariño por este personaje tan atormentado y tan apartado de los demás. Es un hombre que de siempre ha sido apartado por lo diferente de su circunstancia y de sus concepciones, y resulta difícil discernir, cuando lo conocemos íntimamente, si su salud mental está íntegra o no. La literatura está plagada de ejemplos similares, de individuos que no conectan aun sin ser asesinos, claro, y que no son sino el reflejo de lo que han sentido alguna vez sus artífices, eso que alguna vez sentimos todos, unos más que otros: la incapacidad de adaptarnos al contexto en el que nos toca vivir.

Más libros: ¿Quién no se siente identificado en algún punto con Holden Caulfield, pese a las contradicciones continuas del personaje? Salinger, cabronazo, en “El guardan entre el centeno” definiste mi adolescencia, y la adolescencia de muchos parecidos a mi. Luego me entero de que el que mató a John Lenon llevaba un ejemplar de tu libro debajo del brazo y claro, se me queda el cuerpo cortado. Saramago, en “Caín” vuelve a tocar el tema, de una manera bastante parecida a Herman Hesse en “Demian”: hay hombres que, sin tener un motivo de peso, están solos aun estando entre sus coetáneos, y los demás hombres lo perciben, y aquellos a los que me refiero lo notan y sufren y lo asumen, o no, pero el caso es que acaban desarrollando un carácter… diferente. No me estoy inventando nada nuevo, por supuesto. La Biblia nos cuenta que Dios marcó a Caín en la frente de manera que no volviera a sentirse en paz entre sus iguales, y desde entonces mantenemos al margen al individuo que dispone de un código deontológico desaprobado por la mayoría, que hace de juez y verdugo en ésta y en tantas otras cosas.

Bien es verdad que hay veces que estos simpáticos personajillos encuentran la forma de compaginar su idiosincrasia con la sociedad en que viven, y hacerlo más o menos en paz (de nuevo Hesse: “Siddhartha", “El lobo estepario”) y ya paro de nombrar libros y os cuento lo que se me ha ocurrido:

Si en última instancia somos nosotros mismos, nosotros mismos del todo, por supuesto respetando la libertad de los demás y blábláblá, en última instancia vamos a resultar raros, todos, sin excepción, ¡seguro que sí! ¡Todos tenemos manías muy locas y sueños absurdos y vicios insanos y costumbres hilarantes! ¿Pero es que hay algo más bonito que saberse raro y único y tú mismo? ¿E interactuar con otros igual de raros y aprender y enseñar y tratar de buscarle sentido a esta vorágine a la que llaman vida que seguro que cuando se acabe nos da la impresión de que lo ha hecho demasiado pronto? No sé, yo creo que la epidemia del siglo XXI no es la obesidad sino el miedo. El miedo al presente, al futuro, al no cumplimiento de expectativas propias y ajenas, al qué dirán. Y no os voy a decir qué tenéis que hacer o dejar de hacer, pero sí os puedo decir que a mi vivir con miedo me parece muy duro y muy aburrido y que, de hecho, no pienso hacerlo. Y que creo que puedo ser yo y ser feliz y tratar de ser buena persona, y de hecho voy a intentarlo. Y os recomiendo lo mismo, que la Biblia también dice que tratemos al prójimo como a nosotros mismos, y me parece mucho mejor eso que lo que le hicieron al pobre Caín. Os dejo con una frase de Nietzsche, que cada vez que la leo me transmite seguridad y fuerza. Sed felices.


“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.”

3 comentarios:

  1. Touché.
    Lo estaba leyendo, y he pensado exactamente en la misma frase de Nietzsche.
    A pesar de todo el postureo literario, creo que llevas razón.

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  2. Quizás lo expresaría de otra forma, y sí, con menos postureo desdeluego :P
    En cualquier caso, enhorabuena por el escrito... lo importante: el mensaje. A mí me ha llegado, y estoy segura de que a muchos otros.
    No diré que no tenga miedo nunca... ¿acaso hay alguién que tenga ese privilegio o desgracia? Sí que lo tengo, pero trato de vencerlo cada día. Creo que es la clave para ser feliz, aceptando y, por qué no, sintiéndonos orgullosos de nuestras peculiaridades. No veo nada más enriquecedor para las relaciones humanas... aunque tengamos nuestros momentos de soledad entre el tumulto.

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    1. ¡Gracias a ambos!

      Anónimo: Me temo que el postureo es inherente a mi persona y bueno, estoy muy de acuerdo con lo que has dicho sobre el miedo. Seguramente me expresé mal, y lo correcto sería decir que me niego a aceptar más miedo del estrictamente necesario. En cualquier caso gracias por tu comentario, al que me suscribo al 100%

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