domingo, 19 de junio de 2016

La diosa defenestrada

La diosa defenestrada

El ser humano siempre tuvo la necesidad de ir más allá.
De dar sentido, de encontrar la trascendencia.
Hicimos del sol un Dios, y del mar, y del viento.
Hicimos un Dios de lo que percibíamos como un eje de nuestra existencia.
En las estepas heladas de Kirguistán 
Las tribus nómadas adoraban a las rocas,
Por ser lo único que mantenía color y forma en un paisaje blanco y homogéneo.
Por ser un eje, por conservar su fuerza.

¿No era entonces lógico
Que yo sacralizara tus pasos
Por venir a dar color a mis días oscuros y herméticos?
Si soplabas mis velas en mil lunes de calma chicha, 
Si eras la belleza axial de mi rutina esteparia,
Cuando te convertí en una Diosa con la capacidad de fallar
Seguí, en última instancia, los designios de mi naturaleza.

Si se hubiera arrancado a los egipcios de las orillas del Nilo,
Si el Amazonas les hubiera sido dado a conocer a los aborígenes kirguisos,
¿No hubieran dudado? ¿No hubieran relativizado?
¿No se hubieran enfrentado con maravillosa incertidumbre
A un mundo lleno de variables ignotas y cambiantes?
Y sus Dioses, sus ejes, se acabarían tornando irrelevantes.

De la misma forma, acabé apreciando los matices de la existencia,
Y entendiendo, al vivir en diferentes entornos, 
Que un hombre atormentado no puede emplear el amor
Como bálsamo para redimirse de su circunstancia
Y que el eje de una existencia es algo complejo y desconocido
Que no ha de ser depositado a la ligera.

Y ahora, tras haber defenestrado a mi Diosa,
Me hallo en calma, asumo mi culpa de enamorado y de ignorante
Y queriendo encontrar respuestas, por fin

Estoy preparado para comenzar a hacer preguntas.

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