Las aseveraciones categóricas
suelen tener el efecto, curioso pero explicable, de hacer que quien las escuche
elija un bando. Tendemos a estar muy de acuerdo o muy en desacuerdo con lo que
nos viene expresado con rotundidad, en general no “dejamos estar” y nos encogemos de hombros. De manera que cuando yo
ahora afirmo “Yo de niño era muy inseguro” en general, querido lector, pensarás
“Ya, bueno, la verdad es que se te nota en ciertas cosas” o bien “¿Tú? Vaya. En
la vida no habría dicho”. Pero me extrañaría que te quedaras indiferente.
En fin, con esta pequeña
introducción quería llegar a ese punto. Yo, de niño era inseguro. Del tipo
que sopesa de más los pros y los contras de cada acción. Del tipo que no dormía
los domingos y daba vueltas en la cama, mientras las agujas daban vueltas en la
esfera del reloj sobre la mesilla de noche, y quizá comparando quién daba más
vueltas era capaz de conciliar el sueño. Era el tipo de inseguro que no
intentaba cosas por miedo a que los resultados no quedaran ni remotamente cerca
de sus expectativas, porque internamente tenía miedo de que mis capacidades
estuvieran significativamente por debajo de los que me rodeaban. Así que, si
podía evitarlo, no intentaba cosas.
Después, en la adolescencia, tuve
los mejores amigos que alguien podría soñar con tener, y cuando, simplemente,
me enseñaron que intentando, fallando y mejorando es como se llega a algo en la
vida, mi confianza en mí mismo cambió significativamente, pero todo esto es
otra historia. Otra historia que daría para escribir un libro, cosa que quizá
haga algún día, pero no ahora.
Saltándonos algunos años de
dichas y desventuras, llegamos a lo que soy ahora: Me he acabado convirtiendo
en una persona, por definición, inconforme.
Disfruto cuando encuentro mis límites, los rebaso con esfuerzo, camino por la
fina línea que me separa de lo desconocido y cojo aliento, solo para volver a
tentar una vez más qué soy capaz de hacer.
De modo que, cuando hace ya tres
semanas y media, me caí con la mano en hiperextensión y al día siguiente me
dolía con cojones, le quité
importancia. Uno aprende a hacer malabarismos mentales considerables para no
ceñirse a la estadística y pensar que las cosas irán mejor de lo que las
matemáticas sugieren. Si no, no innovaríamos.
El caso, que estuve las tres
últimas semanas haciendo flexiones con los puños porque me era imposible
hacerlas sobre las palmas, mordiéndome los labios y frunciendo el ceño ante
gestos tan simples como abrir una puerta o una botella de vino, y, en
definitiva, pasándolas putas. Y
cuando el otro día un compañero, durante una guardia, reparó en que me
masajeaba distraído un bulto sobre la muñeca, le comenté por encima lo que me
había pasado. Me acabó haciendo un par de radiografías de muñeca y asegurándome
que se las enviaría a un amigo suyo que era traumatólogo.
Pues bien. Hoy he visto al
susodicho traumatólogo, y me han informado sobre las radiografías. Llevaba tres
semanas con un hueso de la muñeca roto, y tengo línea de fractura mal curada
que me va a exigir una inmovilización seguramente mayor que la que habría
necesitado en primera instancia y veremos a ver si me libro del quirófano. Es
gracioso, porque ahora veo que mi sonrisa despreocupada durante estas tres
semanas no era sino una máscara que vestía mi miedo a pedir ayuda por un dolor que no resultase lo bastante
fuerte. Mi miedo a no ser lo bastante
fuerte, lo bastante duro. Mi inseguridad, al fin y al cabo, adoptando
diferentes formas, como Proteo en la mitología griega o Ditto en los Pokemon,
que quizá os suene más.
Las moralejas que se extraen de
esta historia son sin dudas múltiples y variadas. Os invito a compartirlas en
los comentarios. Por mi parte, intentaré, dentro de lo posible, no separarme
demasiado de mi sentido común a la hora de descubrir mis límites ¡Prometido! Un
abrazo a todos, disfrutad lo que os quede de verano. Y tratad de no caeros.
JMMO.
La moraleja es que es llamas miedo a " ser fuerte" lo que otros considerarían " ser débil", es decir, no seguir entrenando duro cada día. Ojalá todos fuéramos la mitad de fuertes que tú. O de débiles.
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